sábado, 25 de mayo de 2013

Reinado




La esperanza de todo aquel que cría a otro, es que sea el amor el primero en romper al niño; para que se quede en el paladar, adherido por siempre. Crecen y antes de hablar, de saberse en sí, de pensar por sí, nos sienten, saben en su piel lo que sentimos ante la vida y las cosas; los acontecimientos cotidianos estructuran la existencia de sus emociones; se desarrollan viviendo las nuestras como suyas, hasta que se rompen por el hecho de reconocer las propias.

Reinado

A lo largo de quince años

ocupé el cargo de niño y fui expulsado
de ese reino.

La tierra se mantuvo incólume,
los árboles resplandecían bajo la lluvia.

Ahora se ha secado el almendral
y el pez de pan ennegreció.
Se ha derrumbado el cobertizo de los cielos
sobre el monte leviatán

y el amor, alojado en la punta de mi lengua,
se adhirió a mi paladar (*).


Israel Bar Kochav

Traducción: Gerardo Lewin

Reconocer el amor es llenarnos de nosotros mismos, es enfrentarse a ese vacío, que como el espacio virtual de una vagina está para ser llenado. Vacío para esperar lo que la vida trae, lo que en ella encontramos desde esas emociones adheridas al paladar; más a la piel, que al inconsciente que describió el doctor Freud; reconocer lo que persiste y lo que cambia al rededor y amar desde ahí, desde la paradoja de lo inmutable y lo que fluye es la libertad del desterrado de un reino pueril, cuando el juego es serio y es propio. Habitar la poesía es conservar de ese reino la alegría, la capacidad de recuperar inocencia, pero lo mas importante, saberse en las emociones y reconocerlas es el poder de compartir ese vacío con uno mismo, acompañarse de sí, aún cuando la piel este ligada a un cuerpo sin alma; reconocerse es ser en cuerpo o alma.



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